La miopía del PSOE y el intento de manipulación de la extrema derecha

En plena «ola de frío polar en abril» no podía faltar la reflexión «Desde el balcón» de Rufino Hernández.

El paro de los camioneros me ha traído muchos recuerdos a la memoria, el más importante ha sido la huelga de sus compañeros chilenos en 1973. Huelga que trajo consigo la desaparición de la vida de Salvador Allende, y la imposición de la dictadura militar de Pinochet.

Fue el imperio americano, como en tantas otras ocasiones, quién encendió la espoleta de la huelga, utilizando a los transportistas como herramienta para provocar un cambio de gobierno en chile, por otro más sumiso a los intereses económicos de la bota y la cartera del americano del norte.

El paro que actualmente se ejerce en nuestras carreteras, tiene importante semejanzas con el de Chile, aunque hay que tener en cuenta los cambios que se han producido durante estos 50 años que les separan, datos que es importante tener en cuenta, si es que queremos hacer algún ejercicio comparativo: ha desaparecido el transporte ferroviario, han aparecido grandes empresas en este sector de la logística, y han aparecido un importante número de autónomos y falsos autónomos, muchos de ellos obligados a estar hipotecados, al sentirse obligados a comprar los camiones, si es que querían encontrar trabajo.

Esta situación de dominio del mercado que ejercen las grandes empresas de la distribución, permite que el grande se coma al chico, y la gran empresa encuentre en la pequeña y en los autónomos, un campo abonado para desplegar sus garras explotadoras.

A todo ello, hay que sumar el individualismo y contradicciones de este extracto social: no se sienten obreros, porque no tienen patrón que los explote, sin embargo no ven que son víctimas de las grandes empresas. También están desprotegidos ante las administraciones públicas, ya que al no estar organizados en ninguna clase de sindicatos, se encuentran huérfanos a la hora de reivindicar derechos, tanto como empresa, como autónomos, o como personas físicas.

Es una realidad, similar a la situación en que se encuentra el pequeño comercio, hoy en amenaza de desaparición. Recuerdo la huelga general que este sector mantuvo en Madrid, siendo alcalde de la ciudad Juan de Arespacochaga. En aquellos tiempos estos establecimientos abrían sus puertas de lunes a sábado, en horarios partidos en mañana y tarde, incluso en algunos casos también abrían el domingo por la mañana.

Estas condiciones de trabajo impedían toda clase de conciliación familiar, un mínimo de tiempo libre que dedicar al ocio, o al desarrollo cultural. A esto se unió la noticia de que un grupo comercial francés había solicitado al Ayuntamiento una licencia para construir un centro comercial de 80.000 m2 en el barrio del Pilar. Los comerciantes de Madrid, en su mayoría, comprendieron el peligro que corrían sus negocios y sus puestos de trabajo. La Asociación de Pequeños Comerciantes asumió esta amenaza en su agenda de trabajo, actividad que terminó con la huelga general anteriormente mencionada.

La huelga obtuvo un éxito rotundo. La asociación desplegó sus contactos en reuniones con la alcaldía, con el sindicato vertical de la época, con Ronson, a la sazón ministro del Interior. Todos ellos abrieron sus despachos a los comerciantes, fueron actos de apertura en aquellos años de la transición, pero escondían sus intenciones y mostraban su postureo.
En esta su responsabilidad, la asociación de comerciantes se rodeó de enemigos. La prensa se convirtió en la mano ejecutora de los intereses de la empresa francesa, consiguiendo enfrentar a los vecinos con la asociación de comerciantes, y a los comerciantes entre si, consiguiendo que, a medio plazo, se extinguiera la Asociación de Pequeños Comerciantes.

El resultado de aquellas lluvias son los lodos que hoy tenemos. En un país como el nuestro, cuya economía está basada en el consumismo, al igual que los países de nuestro entorno, que sean las multinacionales las que controlen el comercio, impongan los precios, dicten lo que tenemos que producir y consumir, es un desatino económico y político.

He querido recuperar esta experiencia personal, basada en la lucha del pequeño comercio madrileño, para aportar enseñanzas y unirlas a las que se consiguieron con las huelgas chilenas, y así entender y sacar lecciones que nos ayuden a encontrar soluciones eficaces, a los actuales paros de los transportistas españoles.
En en estos tres casos son las pequeñas empresas y los autónomos los protagonistas que, en su andadura, han demostrado coincidencias importantes: su aversión a estar organizados, su falta de criterios claros de futuro, su individualismo, su falta de relación con los diferentes agentes del sector, y falta de solidaridad social.
De estas debilidades siempre ha habido un tercero que ha sabido utilizarlas para conseguir sus propósitos: en Chile fueron los intereses económicos y políticos del imperio norteamericano; en el caso del comercio, fueron los intereses del capital, apoyado por el poder político y, en el caso actual de los transportistas españoles, aparecen dos patas claramente diferenciadas:

a) La miopía de los políticos del PSOE, al no ser capaces, o no querer afrontar las verdaderas necesidades y problemáticas del sector.

b) la extrema derecha, apoyándose en la historia chilena, ha encendido la espoleta de los enfrentamientos para aumentar su espacio político.

Los problemas siguen en las carreteras, su repercusión se evidencia en toda la vida social. La parte mayoritaria del Gobierno aún tiene tiempo de rectificar.
He intentado poner las raíces del conflicto encima de la mesa de estudio. Creo que todos podemos sacar conclusiones de este importante conflicto social que, si los que tienen en sus manos la responsabilidad de tomar medidas, las toman, será un bien para todos, para todas.