«Desde el balcón» Rufino hace su columna para Radio Abla dando aliento a los brotes verdes que nacen gracias a los movimientos asociativos.
Cada vez que escucho a la economista Miren Etxebarreta, no puedo dejar de sorprenderme. Su capacidad de trabajo, su claridad de ideas, su capacidad de convertir las cosas complicadas en sencillas, y aterrizar en el día a día sin perder el mínimo contacto con su objetivo último, con su utopía, me causa respeto y admiración.
En la última conferencia en que la he escuchado, después de desgranar el fracaso del sistema neoliberal en que vivimos, terminó hablando, llena de optimismo, de la gran mayoría social, de los brotes verdes que renacen, de la necesidad de multiplcarlos hasta crear la pradera, pasando por el valle republicano.
Estos brotes verdes, en nuestra sociedad, están en el movimiento asociativo, en esa parte del movimiento asociativo que se ha desligado de las pesadas estructuras que han paralizado sus propias dinámicas de evolución, y que hoy estas organizaciones han quedado ancladas y atrapadas por las garras del poder conservador. Ejemplo de esta realidad, es la que hoy padecen los grandes sindicatos y la socialdemocracia política.
Estos brotes verdes hoy están encabezados por el movimiento feminista, por el movimiento de jubilados, movimientos alternativos, cooperativistas, ecologistas… etcétera que, sin plantear un enfrentamiento directo con las estructuras de la vieja izquierda política y sindical, están siendo capaces de crear nuevos caminos, nuevas formas para aumentar el tejido social, que será la palanca que provoque los cambios sociales y el colchón que los mantenga. Es el camino que nos nos llevará a una sociedad más humana, más justa, donde el ser humano sea el centro de la existencia.
Estos nuevos movimientos asociativos, o brotes verdes, están trabajando en lo concreto, en lo que está a su alcance, en buscar y ofrecer alternativas de vida, de forzar una transformación desde abajo, sin perderse en las políticas teatrales de las superestructuras, aunque sin olvidarse de ellas.
Es un cambio necesario que ha de pasar por nuestras cabezas; es otra forma de hacer y de comprometerse en lo concreto, de retomar la idea del empoderamiento social; de no caer en la trampa de la política espectáculo y, como tantas veces hemos dicho, de pasar del revolucionarismo de salón y terraza, a la política transformadora que, estando en unión con el crecimiento del tejido social, cada cual tendrán que cuidar su propia parcela, su propio grupo.